Las películas de Malick no son un espectáculo que sirva de entretenimiento para el espectador casual

"En todas partes estás presente, pero todaví­a no te veo, –le dice el cura a Dios–,¿cuánto tiempo te vas a esconder?". Es el lenguaje de los Salmos, que constantemente utiliza Bardem, para hablar de su "sed de Dios" (Sal. 42): "¿Serás como una corriente que se seca?". Porque como dice Pocahontas en El nuevo mundo (2005), Dios es "el gran rí­o que nunca se seca". Son imágenes bí­blicas que nos hablan del paraí­so perdido en La delgada lí­nea roja (1998), anhelando su restauración en El árbol de la vida, cuyo rí­o llega hasta Apocalipsis 22, cuando Dios vuelva a vivir entre los hombres (Ap. 21). Desde su estreno en el festival de Venecia, el año pasado, el sexto largometraje de Malick ha sido sometido a la burla de necios, contentos de alabar un cine sin pasión, que no arriesga, ni pretende nada. Como considera Aurélien Le Genissel, "en este sentido su cine es diametralmente opuesto al de Quentin Tarantino que pretende ser mucho pero acaba siendo vulgar –en su sentido etimológico de común, de fácil acceso para todos–, simplón, facilón, acaba rebajando lo maravilloso –en el sentido neutro de fascinante– de la realidad a la banalidad más absoluta". Malick hace exactamente lo contrario, "al elevar la sencillez de lo que nos rodea a cuestiones trascendentes". /// José de Segovia nos habla hoy en entrelineas.org sobre " en el artículo "Las razones del corazón en To The Wonder" ❤ ¿Te parece interesante? Para saber más puedes seguir leyendo en entrelineas.org/revista/to–the–wonder–las–razones–del–corazon


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