Las series, por su dimensión, por el modo de irrumpir en nuestras vidas, suelen convertirnos en testigos de excepción de épocas inimaginables
Si algo tienen de excepcional las actuales series que llenan nuestros televisores y dispositivos portátiles (de modo que ya no sean sólo series de televisión), es su capacidad inusual de profundizar en fábulas importantes y dispares como: el auge y declive del imperio romano; las experiencias sobrenaturales de una ayudante del fiscal de, digamos por ejemplo, Phoenix, Arizona; los avatares de una guionista de televisión en un ejercicio de metalenguaje, en las entrañas de la industria televisiva, donde los conflictos entre ejecutivos y creativos de la NBS son constantes pero a veces altamente productivos; la procesión de vidas pasadas de unos supervivientes a un espectacular accidente de avión, mientras tratan de sobrevivir en una inquietante isla; los mil matices, esplendorosos, sublimes, turbadores, de una familia de mafiosos, o de un grupo de moteros vengativos; las impertinencias de un doctor que es la viva imagen de Sherlock Holmes, en lo bueno y en lo malo; las confusiones de unas