No hay en Ordet un solo detalle o elemento inexpresivo

Cuando se emitió por televisión en " ¡Qué grande es el cine!", produjo una gran impresión en cientos de miles de personas, a las que teóricamente debiera haber aburrido. Porque Ordet es una pelí­cula que se siente. Y su capacidad de emocionar la percibe cualquier tipo de espectador. La sensación de quietud que produce, da la impresión de que la cámara ha permanecido inmóvil a lo largo de toda la pelí­cula, cuando es justamente lo contrario. Sus movimientos son imperceptibles, pero constantes. Lo que ocurre es que su lenguaje está en las antí­podas del cine norteamericano. De alguna forma hemos llegado a creer que no hay otro estilo narrativo que el norteamericano. Por eso cuando alguien se aparte de él, como Dreyer, dicen que eso no es cine. Lo que pasa en su caso, es que alcanza tan altas cotas en su arte, que nadie se atreve a cuestionarlo, diciendo que es demasiado lento. Su camino como creador, es de hecho tan singular que cuando estaba preparando su proyecto sobre Jesús, que acarició durante más de veinte años, llegó a estudiar hebreo y griego, cómo era la medicina en los tiempos de Cristo, las costumbres de los judí­os y la situación polí­tico–religiosa de Palestina. Así­ también al hacer Ordet, Dreyer utiliza muebles y objetos cedidos por granjeros de la zona. Por lo que el brillo de los sillones, los retratos y cacharros que Inger maneja, revelan la huella de un uso cotidiano. No utiliza siquiera maquillaje para los rostros. Sólo destaca la luz, la blanca luz de esperanza de una fe que renace, frente al poder de la muerte. /// José de Segovia nos habla hoy en entrelineas.org sobre " en el artículo "Ordet: El poder de la Palabra" ❤ ¿Te parece interesante? Para saber más puedes seguir leyendo en entrelineas.org/revista/ordet


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