Nos muestra cómo la arquitectura refleja nuestra confianza en el progreso

No es casualidad, por lo tanto, que en América los rascacielos se conviertan en los centros de decisión de las grandes empresas económicas. La difusión de la electricidad, la invención del ascensor y la fabricación de estructuras metálicas de gran altura hacen que "la lí­nea del cielo" de ciudades como Nueva York o Chicago, se conviertan en signos tangibles de poder y éxito. Tras la construcción del edificio Singer (1908), el Metropolitan Life Insurance (1909) y la central de los grandes almacenes Woolworth (1913) en la Gran Manzana, se establece en la Ciudad del Viento una brillante sede para el diario Chicago Tribune (1925), al que sucede el Centro Rockefeller (1929) y las oficinas de Chrysler (1930) en Nueva York, donde se levanta al año siguiente el Empire State. Estos iconos indiscutibles de la modernidad, los conocemos desde que somos niños por las pelí­culas, que comienzan con la visión aérea de la ciudad que dominará el mundo con su poder financiero. La crisis de los setenta nos muestra a El coloso en llamas (1974) –El infierno de la torre, se llama en inglés el film, protagonizado por Paul Newman y Steve McQueen, encabezando uno de los repartos más espectaculares de aquella época–. Como dice Antonio José Navarro en su libro El cine del fin del mundo: Apocalipsis ya, las pelí­culas de desastres invocan "una justicia divina que debí­a castigar los vicios de la Babilonia moderna, rendida a la tecnologí­a, al hedonismo y a la concupiscencia". /// José de Segovia nos habla hoy en entrelineas.org sobre " en el artículo "El deseo de elevarse hasta el cielo" ❤ ¿Te parece interesante? Para saber más puedes seguir leyendo en entrelineas.org/revista/torres–y–rascacielos–de–babel–a–dubai


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